El cuento
Alguna vez escuché a alguien, muy posiblemente quien fuese estaba repitiendo exactamente o modificando levemente una frase de Horacio Quiroga, que decía que los cuentos populares españoles, los cuentos chinos, los cuentos de las Mil y una noches, los de Perrault, de Poe, de Bret Harté, de Chéjov, de Maupassant, de Kipling, de Cela, de Gabo todos son una misma cosa en su ejecución. Los cuentos pueden ser distintos unos de otros como lo son la noche y el día; pero la noción, la intensidad, la brevedad, el arrojo para contar, son los mismos en cada latitud, tiempo y autor.
En contraste con la unidad explícita en el párrafo anterior, muchos tienden a coger la observación en “Garito de hospicianos” de Camilo José Cela: "Todo un amplio rincón de la literatura se puebla de invenciones y ofuscaciones, de alucinaciones y figuraciones, de engaños y de arbitrios, de cegueras y de fingimientos. También caben, ¡cómo no!, las imposturas y bambollas: que todo sirve para cocer, igual que garbanzos agresivos como postas de lobo, en el caldero bullidor del corazón del hombre, en la sartén donde chisporrotea la veleidosa y ridícula fritanga de los sesos del hombre”; y reducirla en significado mediante el cambio en ella de la palabra “literatura” por la palabra “cuento”. Y los que así lo hacen no están del todo equivocados. Es cierto que la novela también permite mucho de lo que Cela advierte, pero sin lugar a duda es del cuento del que se puede decir como ya lo afirmaba Cortazar que cualquiera cosa vale. Para el cuento no hay temas buenos ni malos, la materia tratada por él es de una variedad fascinante. El cuento puede ser realista, psicológico, histórico, fantástico, costumbrista, social político, y más. El cuento permite con toda la soltura posible la ficción total, modificando las leyes de la naturaleza y transformando el mundo de cualquier manera factible, o no factible.
Este sitio web ha sido concebido exclusivamente como herramienta educativa. Inicialmente como instrumento de mis propios alumnos para quienes el cuento ha resultado un amigo apreciable que los ha acompañado durante las clases y fuera de ella. El cuento por su duración y desarrollo ha permitido durante las clases participación del alumno, intercambio de ideas y elaboración de pensamientos. Con esta pagina queremos también extender la herramienta a otros profesores. Nuestro propósito es ahora el de divulgar, promover y rendir homenaje a este genero literario. En este rincón del internet nos ocuparemos principalmente de dos cosas: de publicar sin ninguna orden preestablecido cuentos escogidos de "ellos", los grandes exponentes de la historia corta. Cuentos de Cela, Poe, Hemingway, Hardy, Garcia Marquez, ...; y en segundo lugar de publicar relatos sobre el cuento. Con esto último queremos dar a entender que publicaremos historias y opiniones relacionadas con este genero literario. Que pensaba Cortazar sobre el cuento latinoamericano, que opinion tenía Borges sobre este o aquel cuentista, etc. serán por ejemplo, asuntos de nuestro interés. "El cuento sobre el cuento" escribiría en alguna ocasión García Marquez.
No existe aquí, por lo menos por el momento, un orden cronológico, ni temático ni alfabético, ni nada por el estilo. Partiremos desde el día en que nosotros, los de Cuentos y Cuentos, empezamos a leerlos. Empezaremos desde aquella primavera de 1981, en que sentados a la mesa del comedor universitario, Gabriel García Márquez nos invitó. Aquel día en que España pudo leer tres fabulosos micro cuentos, incluidos de forma magistral en un reportaje de El País, que él mismo Gabo concibió. A partir de aquel momentos nos moveremos en la dirección que nuestro deseo nos depare. Sin olvidarnos cual es nuestro punto de partida, trataremos de no divisar nunca el de llegada. Punto que desde este instante, lo consideramos perdido en el tiempo.
He aquí la invitación de Gabo:
"Entre los cuentos escritos que lo deslumbran a uno desde la primera lectura, y que uno vuelve a leer cada vez que puede, el primero para mi gusto es La pata de mono, de W. W. Jacobs. Sólo recuerdo dos cuentos que me parecen perfectos: ése, y El caso del doctor Valdemar, de Edgar Allan Poe. Sin embargo, mientras de este último escritor se puede identificar hasta la calidad de sus ropas privadas, del primero es muy poco lo que se sabe. No conozco muchos eruditos que puedan decir lo que significan sus iniciales repetidas sin consultarlo una vez más en la enciclopedia como yo lo acabo de hacer: William Wymark. Había nacido en Londres, donde murió en 1943, a la modesta edad de ochenta años, y sus obras completas en dieciocho volúmenes -aunque la enciclopedia no lo diga- ocupan 64 centímetros de una biblioteca. Pero su gloria se sustenta completa en una obra maestra de cinco páginas.
Por último, me gustaría recordar -y sé que algún lector caritativo me lo va a decir en los próximos días-, quiénes son . los autores de dos cuentos que alborotaron a fondo la fiebre literaria de mi juventud. El primero es el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde un décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida. El otro cuento es el de dos exploradores que lograron refugiarse en una cabaña abandonada, después de haber vivido tres angustiosos días extraviados en la nieve. Al cabo de otros tres días, uno de ellos murió. El sobreviviente excavó una fosa en la nieve, a unos cien metros de la cabaña, y sepultó el cadáver. Al día siguiente, sin embargo, al despertar de su primer sueño apacible, lo encontró otra vez dentro de la casa, muerto y petrificado por el hielo, pero sentado como un visitante formal frente a su cama. Lo sepultó de nuevo, tal vez en una tumba más distante, pero al despertar al día siguiente volvió a encontrarlo sentado frente a su cama. Entonces perdió la razón. Por el diario que había llevado hasta entonces se pudo conocer la verdad de su historia. Entre las muchas explicaciones que trataron de darse al enigma, una parecía ser la más verosímil: el sobreviviente se había sentido tan afectado por su soledad que él mismo desenterraba dormido el cadáver que enterraba despierto.
La historia que más me ha impresionado en mi vida, la más brutal y al mismo tiempo la más humana, se la contaron a Ricardo Muñoz Suay en 1947, cuando estaba preso en la cárcel de Ocaña, provincia de Toledo, España. Es la historia real de un prisionero republicano que fue fusilado en los primeros días de la guerra civil en la prisión de Avila. El pelotón de fusilamiento lo sacó de su celda en un amanecer glacial, y todos tuvieron que atravesar a pie un campo nevado para llegar al sitio de la ejecución. Los guardias civiles estaban bien protegidos del frío con capas, guantes y tricornios, pero aun así tiritaban a través del yermo helado. El pobre prisionero, que sólo llevaba una chaqueta de lana deshilachada, no hacía más que frotarse el cuerpo casi petrificado, mientras se lamentaba en voz alta del frío mortal. A un cierto momento, el comandante del pelotón, exasperado con los lamentos, le gritó:
-Coño, acaba ya de hacerte el mártir con el cabrón frío. Piensa en nosotros, que tenemos que regresar."
Y los convencidos somos Nosotros.
No existe aquí, por lo menos por el momento, un orden cronológico, ni temático ni alfabético, ni nada por el estilo. Partiremos desde el día en que nosotros, los de Cuentos y Cuentos, empezamos a leerlos. Empezaremos desde aquella primavera de 1981, en que sentados a la mesa del comedor universitario, Gabriel García Márquez nos invitó. Aquel día en que España pudo leer tres fabulosos micro cuentos, incluidos de forma magistral en un reportaje de El País, que él mismo Gabo concibió. A partir de aquel momentos nos moveremos en la dirección que nuestro deseo nos depare. Sin olvidarnos cual es nuestro punto de partida, trataremos de no divisar nunca el de llegada. Punto que desde este instante, lo consideramos perdido en el tiempo.
He aquí la invitación de Gabo:
"Entre los cuentos escritos que lo deslumbran a uno desde la primera lectura, y que uno vuelve a leer cada vez que puede, el primero para mi gusto es La pata de mono, de W. W. Jacobs. Sólo recuerdo dos cuentos que me parecen perfectos: ése, y El caso del doctor Valdemar, de Edgar Allan Poe. Sin embargo, mientras de este último escritor se puede identificar hasta la calidad de sus ropas privadas, del primero es muy poco lo que se sabe. No conozco muchos eruditos que puedan decir lo que significan sus iniciales repetidas sin consultarlo una vez más en la enciclopedia como yo lo acabo de hacer: William Wymark. Había nacido en Londres, donde murió en 1943, a la modesta edad de ochenta años, y sus obras completas en dieciocho volúmenes -aunque la enciclopedia no lo diga- ocupan 64 centímetros de una biblioteca. Pero su gloria se sustenta completa en una obra maestra de cinco páginas.
Por último, me gustaría recordar -y sé que algún lector caritativo me lo va a decir en los próximos días-, quiénes son . los autores de dos cuentos que alborotaron a fondo la fiebre literaria de mi juventud. El primero es el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde un décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida. El otro cuento es el de dos exploradores que lograron refugiarse en una cabaña abandonada, después de haber vivido tres angustiosos días extraviados en la nieve. Al cabo de otros tres días, uno de ellos murió. El sobreviviente excavó una fosa en la nieve, a unos cien metros de la cabaña, y sepultó el cadáver. Al día siguiente, sin embargo, al despertar de su primer sueño apacible, lo encontró otra vez dentro de la casa, muerto y petrificado por el hielo, pero sentado como un visitante formal frente a su cama. Lo sepultó de nuevo, tal vez en una tumba más distante, pero al despertar al día siguiente volvió a encontrarlo sentado frente a su cama. Entonces perdió la razón. Por el diario que había llevado hasta entonces se pudo conocer la verdad de su historia. Entre las muchas explicaciones que trataron de darse al enigma, una parecía ser la más verosímil: el sobreviviente se había sentido tan afectado por su soledad que él mismo desenterraba dormido el cadáver que enterraba despierto.
La historia que más me ha impresionado en mi vida, la más brutal y al mismo tiempo la más humana, se la contaron a Ricardo Muñoz Suay en 1947, cuando estaba preso en la cárcel de Ocaña, provincia de Toledo, España. Es la historia real de un prisionero republicano que fue fusilado en los primeros días de la guerra civil en la prisión de Avila. El pelotón de fusilamiento lo sacó de su celda en un amanecer glacial, y todos tuvieron que atravesar a pie un campo nevado para llegar al sitio de la ejecución. Los guardias civiles estaban bien protegidos del frío con capas, guantes y tricornios, pero aun así tiritaban a través del yermo helado. El pobre prisionero, que sólo llevaba una chaqueta de lana deshilachada, no hacía más que frotarse el cuerpo casi petrificado, mientras se lamentaba en voz alta del frío mortal. A un cierto momento, el comandante del pelotón, exasperado con los lamentos, le gritó:
-Coño, acaba ya de hacerte el mártir con el cabrón frío. Piensa en nosotros, que tenemos que regresar."
Y los convencidos somos Nosotros.
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