¡Permítame; quiero conducir yo! ¡Me sentaré en el puesto del conductor! "Sofía Lvovna dijo en voz alta." ¡Espere un minuto, chofer!; Déjeme pararme sobre la caja que esta a su lado".
Se puso de pie en el trineo, y su marido, Vladimir Nikitich, y el amigo de su infancia, Vladimir Mihalovitch, extendieron los brazos para evitar su caída. Los tres caballos galopaban a toda prisa.
"Te dije que no deberías darle brandy," Vladimir Nikitich susurró a su compañero con algo de disgusto. “¿Que clase de amigo eres?, ¡de verdad!”
El coronel sabía por experiencia que las mujeres como su esposa, Sofía Lvovna, cuando se pasaban un poco de tragos, la alegría turbulenta era seguida por una risa histérica y luego por lágrimas. Temía que al llegar a casa, en lugar de ir a la cama, tendría que pasar el tiempo administrando compresas y gotas.
“¡Anda!" -exclamó Sofía Lvovna. “¡Déjeme conducir!"
Se sentía realmente alegre y triunfante. Durante los últimos dos meses, desde que se casó, había sido torturada por la idea de que se había casado con el Coronel Yagitch por motivos mundanos y, como se dice, par dépit (por despecho); pero esa noche, en el restaurante, se había de repente convencido de que lo amaba con pasión. A pesar de sus cincuenta y cuatro años, era delgado, ágil, flexible, contaba chistes y tarareaba melodías de gitanos con tanto encanto. En realidad, los hombres mayores eran hoy mil veces más interesante que los jóvenes. Parecía como si la edad y la juventud hubiesen intercambiado piezas. El Coronel era dos años mayor que su padre, pero ¿podría haber alguna importancia en eso si, honestamente hablando, no hubiera infinitamente más vitalidad, vaya, y más frescura en él que en sí misma, a pesar de que ella sólo tenía veintitrés años?
"¡Oh cariño!" pensó. "¡Eres maravilloso!"
Se había convencido en el restaurante, también, que ni una chispa de su viejo sentimiento se mantenía. Por el amigo de su infancia, Vladimir Mihalovitch, o simplemente Volodia, de quien, tan solo el día anterior había estado loca y perdidamente enamorada, ahora no sentía otra cosa sino una completa indiferencia. Toda esa noche, él le había parecido una persona sin espíritu, torpe, carente de interés, e insignificante. En esta ocasión le repudió tanto la sangre fría con la que él evitaba habitualmente pagar en restaurantes, que casi no pudo resistir decirle: "Si eres pobre, deberías quedarte en casa ". El Coronel había pagado por todos.
Tal vez porque árboles, postes de telégrafo, y derivas de la nieve se mantenían revoloteando frente a sus ojos, todo tipo de ideas inconexas se precipitaban en su mente. Pensaba: la cuenta en el restaurante había sido ciento veinte rublos, y cien rublos habían ido a los gitanos, y mañana ella podría despilfarrar mil rublos si le antojase; y hace sólo dos meses, antes de su boda, ella no había tenido tres tristes rublos para ella, y tenía que pedir a su padre por cualquier nimiedad. ¡Que cambio el de su vida!
Sus pensamientos estaban en una maraña. Recordó que cuando era una niña de diez años, el Coronel Yagitch, quien ahora era su marido, le había declarado amor a su tía, y cómo todos en su casa decían que ésta había sido arruinada por él. Recordó también que una vez su tía había, de hecho lo hacía a menudo, venido a cenar con los ojos rojos de tanto llorar. Se acordó que su tía estaba siempre marchándose a cualquier lado y que la gente solía decir que la pobre no podía encontrar paz en ningún lugar. El Coronel había sido muy guapo en aquellos días, y tenía una extraordinaria reputación de donjuán. Tanto es así que era conocido por toda la ciudad, y se decía de él que cumplía con una ronda de visitas a sus amantes todos los días, como si fuese un doctor visitando a sus pacientes. Incluso ahora, a pesar de sus canas, sus arrugas, y sus gafas, su cara delgada era atractiva, sobre todo de perfil.
El padre de Sofía Lvovna era un médico del ejército, y había a la vez servido en el mismo regimiento con el Coronel Yagitch. El padre de Volodia era un médico del ejército también, y él también había servido una vez en el mismo regimiento que su padre y el Coronel Yagitch. A pesar de las muchas aventuras amorosas, a menudo muy complicadas e inquietantes, a Volodia le había ido espléndido en los estudios, y poseía ya un muy buen título universitario. Ahora estaba especializado en literatura extranjera, y se decía que estaba escribiendo una tesis. Vivía con su padre, el doctor del ejército, en los cuarteles, y a pesar de haber cumplido ya los treinta años, no poseía nada de su propiedad. Cuando niños, Sofía y él habían vivido bajo el mismo techo, aunque en diferentes pisos. A menudo él venía a jugar con ella, y juntos asistían a bailes y clases de francés. Pero cuando éste creció y se convirtió en un joven agraciado, muy guapo, y ella comenzó a sentirse tímida en su presencia, y luego cayó locamente enamorada de él. Lo amó hasta el momento en que se casó con Yagitch. Él también había sido reconocido por su éxito con las mujeres casi desde la edad de los catorce años. Las mujeres que engañaban a sus maridos con Volodia, se excusaban diciendo que él no era más que un niño. Ultimamente se contaba una historia de él que cuando era un estudiante que vivía en una pensión cerca de la universidad, si uno llamaba a su puerta, siempre se oían sus pasos, y luego una disculpa susurrada: "Perdón , je ne suis pas Setul ". Yagitch estaba encantado con él, y lo bendecía como a un digno sucesor. De la misma manera que Derzhavin bendijo a Pushkin, Yagitch parecía ser aficionado a él. Solían jugar al billar o al piquete a cada rato, juntos y sin pronunciar una palabra. Si Yagitch llevaba a cabo cualquier expedición siempre llevaba a Volodia con él. Yagitch era la única persona a quien Volodia había confiado los misterios de su tesis. En días anteriores, cuando Yagitch era algo más joven, habían estado a menudo en la posición de rivales, pero nunca habían tenido celos el uno del otro. En el círculo en el que se movían, Yagitch era apodado Volodia el grande, y su amigo Volodia el pequeño.
Aparte de los dos Volodia, y Sofía Lvovna, una cuarta persona viajaba en el trineo. Era una prima de la señora Yagitch, Margarita Alexándrovna, a quien todo el mundo llamaba Rita. Una chica muy pálida de más de treinta años, de cejas negras, que usaba quevedos, quien acostumbraba a fumar hasta en la mas desagradables de la heladas, y quien siempre tenía las rodillas y la parte delantera de la blusa cubierta con ceniza de cigarrillo. Hablaba a través de su nariz, arrastrando cada palabra. Era de temperamento frío, podría beber cualquier cantidad de vino y licor sin emborracharse, y acostumbraba a contar anécdotas escandalosas de una manera lánguida y sin sabor. En casa, se pasaba el día, o bien leyendo revistas voluminosas, a las que cubría de ceniza de cigarrillo, o bien comiendo manzanas congeladas.
“Sofia, déjate de pendejadas," dijó, arrastrando las palabras. "Verdad que es bien tonto lo que haces.”
A medida que se acercaban a la ciudad, se movían más lentamente, comenzando a sobrepasar personas y casas. Sofía Lvovna se calmó, se acurrucó a su marido, y se entregó a sus pensamientos. Volodia el pequeño se sentó al frente de ella. En esos momentos, los pensamientos alegres y despreocupados de ella se mezclaban con los melancólicos. Pensaba que el hombre sentado al frente sabía que ella lo amaba, y sin duda que creía en el rumor de que ella se había casado con el Coronel par dépit. Ella nunca le había contado de su amor; ella no había querido que lo supiera, y había hecho todo lo posible para ocultar sus sentimientos, pero él de seguro, podía haber deducido todo con tan solo verla a la cara- y esto la hacía sufrir en su orgullo. Pero lo que era más humillante en su posición era que, desde su boda, Volodia había comenzado repentinamente a prestarle atención, cosa que nunca había hecho antes, cuando pasaba horas con ella, sentado en silencio o charlando sobre nimiedades; e incluso ahora en el trineo, aunque no hablaba con ella, le había tocado la pierna con la suya y le había presionado la mano un poco. Evidentemente, eso era todo lo que quería, que ella estuviese casada; y era evidente que la despreciaba y que ella sólo causaba en él un interés de tipo especial, como si ella fuese una mujer inmoral y de mala reputación. Finalmente, cuando la sensación de triunfo y amor por su marido, se mezclaron en su alma con la humillación y el orgullo herido, su ser fue acometido por un espíritu de desafío, y sintió el deseo repentino de sentarse en la caja, para gritar y silbar a los caballos.
Exactamente al momento que pasaron por el convento, la enorme campana de cien toneladas sonó. Rita se santiguó.
"Nuestra Olga está en ese convento," dijo Sofía Lvovna, y ella, también, se santiguó y se estremeció.
"¿Por qué fue que se metió al convento?" preguntó el Coronel.
"Par dépit," Rita respondió con enfado, con evidente alusión a Yagitch casamiento con Sofía. "Par dépit es la moda hoy en día, es el desafío de todo el mundo. Ella siempre estaba riendo, era una coqueta desesperada. No añoraba otra cosa sino bailes y muchachos, y de repente dejó todo... ¡Para sorpresa de todo el mundo!”
"Eso no es cierto", dijo Volodia, bajando el cuello de su abrigo de piel y mostrando su hermoso rostro. "No fue un caso de par dépit; fue simplemente horrible, si lo prefieres. Su hermano Dmitri fue enviado a trabajos forzados y ella no sabe adónde está ahora. Y para colmo su madre murió de pena…" y diciendo esto se subió el cuello del abrigo nuevamente.
"Olga hizo bien", agregó con voz apagada. "Vivir como una niña adoptada, y con un modelo como el de Sofía Lvovna,… ¡hay que tener en cuenta esto también!"
Sofía Lvovna escuchó un tono de desprecio en su voz y deseó contestarle algo grosero, pero prefirió callar. El espíritu de desafío se apoderó de ella nuevamente; se levantó de nuevo y gritó con voz llorosa:
“¡Quiero ir al servicio de la madrugada! ¡Conductor, de vuelta por favor! Quiero ver a Olga."
Se devolvieron. La campana del convento dejaba escapar una nota grave, y a Sofía Lvovna le pareció que había algo en ella que le recordaba a Olga y su vida. Las otras campanas de la iglesia comenzaron a sonar también. Cuando el conductor detuvo a los caballos, Sofía Lvovna saltó fuera del trineo y sin dejarse escoltar, se dirigió con rapidez hacia la puerta.
“¡Date prisa, por favor!" le gritó su marido. "Ya es tarde.”
Entró por el portón oscuro, luego se dirigió por el camino que conducía hacia la puerta principal de la iglesia. La nieve crujía bajo sus pies, el sonido de las campanas se sentía justo encima de su cabeza, como si vibrara a través de todo su ser. Aquí estaba la puerta de la iglesia, a continuación, tres pasos hacia abajo, y una antesala con los iconos de los santos en ambos lados, una fragancia a enebro e incienso, otra puerta, y una figura sombría la saluda haciendo una venia bien baja, le abre la puerta y la hace entrar. El servicio todavía no había comenzado. Una monja caminaba por el iconastasio encendiendo las velas de los candelabros altos, otra estaba encendiendo la lámpara de araña. Aquí y allá, por las columnas y las capillas laterales, se veían negras figuras inmóviles. "Supongo que deben permanecer de pie como lo están ahora hasta la mañana", pensó Sofía Lvovna. Todo le pareció lóbrego, triste y frío, mas triste que un cementerio. Miró con sentimiento de tristeza a la todavía inmóviles figuras y de repente sintió una punzada en el corazón. Por alguna razón, a pesar de que cuando ésta entró al convento, lucía mas gruesa y más alta, en una monja baja, con los hombros delgados y un pañuelo negro en la cabeza, le pareció ver la figura de Olga. Dudando y extremadamente agitada, Sofía Lvovna se acercó a la monja, la miró a la cara y la reconoció, era Olga.
“¡Olga!" —gritó, alzando las manos, no podía hablar de la emoción. “¡Olga!"
La monja la reconoció de inmediato; levantó las cejas con sorpresa, su pálido rostro, recién lavado, y hasta el turbante blanco que llevaba debajo de la toca, se iluminaron de placer.
“¡Milagro de Dios!" dijo, alzando sus finas manos pálidas.
Sofía Lvovna la abrazó y la besó con gusto, y al hacerlo sintió miedo de que con esta acción pudiese sentirle el olor de los espíritus.
"Estábamos pasando por aquí y me acordé de ti," dijo ella, respirando con dificultad, como si hubiera estado corriendo. "¡Dios mío! ¡Qué pálida estás!... Estoy muy contenta de verte. Bueno, cuéntame ¿cómo estás? ¿Estás aburrida?"
Sofía Lvovna miró a las otras monjas, y continuó en voz baja:
"Ha habido muchos cambios en casa... Sabes, estoy casada con el Coronel Yagitch. Te acuerdas de él, sin duda.... Estoy muy contenta con él."
"Bueno, gracias a Dios por eso. Y cuéntame, ¿como está tu padre?
"Él está bastante bien. Habla a menudo de ti. Deberías venir a vernos durante las vacaciones, Olga, ¿verdad?"
"Voy a ir", dijo Olga, y ella sonrió. "Voy a ir el dos de Enero."
Sofía Lvovna comenzó a llorar, no sabía por qué, pero por un minuto derramó lágrimas en silencio, luego se secó los ojos y dijo:
"Rita va estar muy triste si se va sin haberte visto. Ella está con nosotros también. Y Volodia está aquí. Están cerca de la puerta. Cuan contentos se podrían si salieras a verlos. Ven, vamos a salir; el servicio no ha comenzado todavía ''.
"Vamos," asintió Olga. Se santiguó tres veces y salió con Sofía Lvovna a la entrada.
“¿Dices que eres feliz, Sonitchka?" preguntó cuando salieron a la puerta.
"Mucho."
"Bueno, gracias a Dios por eso.”
Los dos Volodias, al ver a la monja, se bajaron del trineo y la saludaron con respeto. Ambos estaban visiblemente emocionados por su cara pálida y su vestido negro monástico, pero ambos estaban contentos de que los hubiese recordado y venido a saludarlos. Para evitar que sintiese frío, Sofía Lvovna la envolvió en una manta y puso parte de su abrigo de piel en sus hombros. Sus lágrimas le habían aliviado y purificado su corazón, y se alegró de que la ruidosa, inquieta, y más bien impura noche, se hubiese terminado de forma inesperada con tanta pureza y serenidad. Y para mantener a Olga con ella por un poco más de tiempo, sugirió:
"Vamos a la llevarla a dar una vuelta. Entra, Olga; Vamos a pasear un poco más."
Los hombres esperaban que la monja rechazara --los santos no rondan por ahí en trineos de tres caballos—; pero para su sorpresa, ella consintió y se metió en el trineo. Y mientras los caballos galopaban a la puerta de la ciudad todos permanecían en silencio, tratando de hacerla sentir cálida y confortable, cada uno de ellos en su pensamiento, comparando lo que ella había sido en el pasado con lo que era ahora. No había pasión en su inexpresivo, frío, pálido y transparente rostro; como si fuese agua y no sangre, lo que corriese por sus venas. Hace dos o tres años que ella había sido una mujer rozagante que hablaba de sus pretendientes y se reía de cualquier nimiedad.
Cerca de la puerta de la ciudad el trineo se devolvió; cuando se detuvo diez minutos más tarde cerca del convento, Olga salió del trineo. La campana sonaba ahora con mayor rapidez.
"El Señor te salve," dijo Olga haciendo una venia baja, como las monjas suelen hacerlo.
“Piensa en visitar, Olga."
"Lo haré, lo haré.”
Se fue y desapareció rápidamente a través del portón de la entrada. Unos minutos más 5arde, cuando viajaban de nuevo solos en el trineo, Sofía Lvovna se sentía muy triste. Todos estaban en silencio. Ella se sentía abatida y débil. El hecho de hacer entrar a monja al trineo y hacerla viajar en compañía de gente apenas sobria le parecía a ella ahora algo estúpido, sin tacto, casi un sacrilegio. A medida que la intoxicación se pasaba, el deseo de engañarse a sí misma también se desvanecía. Estaba claro para ella ahora que no amaba a su marido, y que nunca podría amarlo, y que todo había sido una tontería sin ningún sentido. Se había casado con él por interés, ya que, en palabras de sus amigos de escuela, él era muy rico, y ella tenía miedo de convertirse en una solterona como Rita; porque estaba además harta de su padre, el médico, y quería con esto molestar a Volodia.
Si ella hubiera podido imaginarse cuando se casó, que el sentimiento sería tan opresivo, tan terrible, tan horrible, no habría consentido el matrimonio ni por toda la riqueza del mundo. Pero ahora no había ningún remedio, tenía que hacerse a la idea de por vida.
Llegaron a casa. Sofía Lvovna se tendió en su confortable lecho, y colocándose las sabanas sobre si, recordó la iglesia oscura, el olor a incienso, las figuras cerca a las columnas, y sintió miedo ante la idea de que estas figuras permaneciesen de pie allí todo el tiempo que ella estuviese durmiendo. El servicio de la madrugada sería muy, muy largo; luego vendrían "las horas", luego la misa, luego el servicio de la mañana.
“Pero por supuesto que existe un Dios. ¡Claro que existe Dios!, y voy a tener que morir, por lo que tarde o temprano hay que pensar en mi alma, en la vida eterna, como Olga. Olga esta salvada ahora; ya ha contestado todas las preguntas por sí misma.... Pero ¿Y si no hay Dios? Entonces su vida se desperdicia. Pero ¿cómo es desperdiciada? ¿por qué se pierde? "
Y un minuto más tarde, el pensamiento le vino a la mente otra vez:
"Hay un Dios, la muerte debe venir; hay que pensar en el alma. Si Olga viera a la muerte ante ella en este momento, ella no tendría miedo. Ella esta preparada. Y lo mejor es que ella ya ha resuelto el problema de vida para ella. hay un Dios... sí.... Pero, ¿no hay otra solución excepto entrar en un monasterio? pero entrar en el monasterio significa renunciar a la vida, significa estropearlo todo... "
Sofía Lvovna comenzó a sentirse un poco asustada; escondió la cabeza debajo de la almohada.
"No debo pensar en ello", susurró. "No debo...."
Yagitch caminaba sobre la alfombra en la habitación contigua con un tintineo suave de espuelas, pensando en algo. Se le ocurrió a Sofía Lvovna que este hombre estaba cerca a ella y la quería por una única razón, su nombre, era también Vladimir. Se sentó en la cama y llamó con ternura:
"Volodia!"
"¿Qué es?" su marido respondió.
"Nada."
Se tumbó de nuevo. Oyó una campana, tal vez la misma campana del convento. Una vez más pensó en el vestíbulo y las figuras oscuras, y los pensamientos de Dios y de la muerte inevitable invadieron su mente nuevamente, se cubrió los oídos para no oír la campana. Pensó que antes de la vejez y la muerte habría una vida bien larga, y que día a día tendría que soportar estar cerca a un hombre al que no amaba, quien en ese preciso instante había entrado al dormitorio y se estaba metiendo en la cama, y tendría que reprimir en su corazón su amor sin esperanza por el otro hombre a quien pensaba, excepcional, joven y fascinante. Miró a su marido y trató de darle las buenas noches a él, pero en lugar de esto, de repente se echó a llorar. Estaba molesta con ella misma.
“Bueno, ¡Gracias por la música!" dijo Yagitch.
No se calmó sino hasta las diez en punto de la mañana. Dejó de llorar y temblar por todo el cuerpo, pero comenzó a tener un fuerte dolor de cabeza. Yagitch estaba apurado para ir a la misa de la mañana, y en la habitación contigua se quejaba a su asistente, que estaba ayudando a vestirle. En una ocasión, con un tintineo suave de las espuelas, entró al dormitorio a buscar algo, y luego en una segunda ocasión, usando sus charreteras, y sus insignias militares en el pecho, con la cojera propia de aquel que sufre de reumatismo. Le pareció a Sofía Lvovna que se veía y se movía como un ave de rapiña.
Oyó Yagitch marcando el teléfono.
“Sería tan amable de comunicarme con el cuartel Vassilevsky", dijo; y un minuto después: “¿cuarteles Vassilevsky? Por favor podría pedirle al doctor Salimovitch que venga al teléfono..." Y un minuto más tarde: "Con quién hablo ¿Eres tú, Volodia? ¡Encantado! Pregunta a tu padre si puede venir a visitarnos ahora, querido muchacho, mi mujer esta bastante delicada después de lo de ayer. No, en la casa, ¿Si?… ¡Uh!… Gracias. Muy bien. Yo estaré muy agradecido... Merci. "
Yagitch entró en el dormitorio por tercera vez, se inclinó a su esposa, hizo la señal de la cruz sobre ella, le dio la mano para que ella la besara (las mujeres que habían estado enamoradas de él solían besarle la mano y él se había habituado a ello), y diciendo que volvería para la cena, se marchó.
A las doce la criada entró para anunciar que Vladimir Mihalovitch había llegado. Sofía Lvovna, tambaleándose por la fatiga y el dolor de cabeza, a toda prisa se puso una bata nueva, muy hermosa, color lila, adornada con piel. Luego a toda prisa se hizo el peinado de moda. Era consciente de una inefable ternura en su corazón, temblaba de alegría, con miedo a que él pudiese arrepentirse e irse. No quería otra cosa sino mirarlo.
Volodia llegó en vestido adecuado para la visita, frac y corbata blanca. Cuando Sofía Lvovna entró a la sala, él besó su mano y expresó su pena por encontrarla enferma. Luego, cuando se habían sentado, expresó su admiración por la bata en la que ella venía vestida.
“Quede perturbada al ver a Olga ayer", dijo. "Al principio me sentí terrible, pero ahora la envidio. Ella es como una roca que no puede ser destrozada. No hay nada que le pueda hacer daño. Pero Volodia, ¿tu crees que no había otra solución para ella? ¿Es enterrarse en vida la única solución al problema de la vida? ¡Porque eso, es la muerte, no la vida! "
En el pensamiento de Olga, la cara de Volodia se enmudeció.
“Mira Volodia, tu eres un hombre inteligente," dijo Sofía Lvovna. "Muéstrame cómo hacer lo que Olga ha hecho. Por supuesto, yo no soy creyente y no debería entrar en un convento, pero se puede hacer algo equivalente. La vida no es fácil para mí", agregó después de una breve pausa. "Dime qué hacer.... Dime algo que yo pueda creer. Dime algo, así sea una sólo una palabra."
“¿Una palabra¿ por supuesto: Tararaboomdeeay."
"Volodia, ¿por qué me desprecias?" preguntó Sofia con vehemencia. "Me hablas de una manera especialmente necia, si me disculpa, no como uno habla con los amigos o con mujeres que uno respeta. Eres tan bueno en tu trabajo, un amante de la ciencia. ¿Por qué nunca me hablas de ella? ¿Por qué es? ¿Crees que no soy lo suficientemente inteligente para hablar de esto? "
Volodia frunció el ceño con disgusto y dijo:
"¿Por qué quieres hablar de ciencia, tan de repente? ¿No quieres quizá mejor hablar gobierno constitucional o del esturión y el rábano picante?"
"Muy bien, soy una mujer sin valor, trivial, tonta, sin convicciones. Tengo una pila, una pila de defectos. Soy neurótica, corrupta, y debería ser repudiada por ello. Pero, tu Volodia, eres diez años mayor que yo, y mi marido es treinta años mayor. He crecido ante tus ojos, y si quisieras, podrías haber hecho de mi un angel si se te antojase. ¡Pero tu! " —su voz temblaba—, "me tratas terriblemente. Yagitch se ha casado conmigo en su vejez, y tu...."
"Vamos, vamos", dijo Volodia, sentándose más cerca de ella y besando sus dos manos. “vamos a filosofar a la Schopenhauer y a demostrar lo que quieras, mientras te beso estas pequeñas manos."
"Me desprecias, y si supieras el mal que me haces," dijo ella con incertidumbre, sabiendo de antemano que él no le creería. “¡Si supieras cuanto quiero cambiar, para comenzar una nueva vida! ¡Pienso en eso con entusiasmo!" y las lágrimas de entusiasmo en realidad vinieron a sus ojos. "Para ser buena, honesta, pura, sin mentira, para tener un objeto en la vida.”
“¡Ven, ven, ven, por favor no llores! ¡No me gusta!" dijo Volodia, y una expresión de mal humor llegó a su rostro. "A fe, que podrías estar en el escenario. Comportemonos como el común de la gente."
Para evitar que él se enojara y se fuera, ella comenzó a defenderse, y se obligó a sonreír para complacerlo; y de nuevo empezó a hablar de Olga, y de cómo ella deseaba resolver el problema de su vida y convertirse en algo real.
"Ta-ra-ra-boomdee-ay", tarareó Volodia. "Ta-ra-ra-bum-dee-ay!"
Él, sin pensarlo dos veces puso su brazo alrededor de la cintura de ella, mientras que ella, sin saber lo que hacía, puso sus manos sobre los hombros de él y por un minuto miró con éxtasis, casi intoxicación, a su inteligente, irónico rostro, su frente, su ojos, su atractiva barba.
“Sabes que siempre te he amado", le confesó, y sonrojó dolorosamente, sintiendo que sus labios temblaban de vergüenza. “Yo te amo. ¿Por qué tu me torturas?"
Ella cerró los ojos y lo besó apasionadamente en los labios, y durante un largo rato, un minuto completo, no pudo separaras labios de los de él, aunque sabía que era indecoroso, que él podría estar pensando lo peor de ella, que un sirviente podría llegar y sorprenderlos.
"Oh, cómo me torturas!" repitió.
Media hora más tarde, habiendo él conseguido todo lo que quería, tomaba el almuerzo en el comedor. Ella estaba de rodillas delante de él, mirándolo con avidez a la cara, y él le dijo que parecía un perrito esperando que se le lanzara un poco de jamón. Luego la sentó en sus rodilla, y moviéndola hacia arriba y hacia abajo como si fuera un niño, le tarareaba:
"Tara-raboom-dee-ay.... Tara-raboom-dee-ay".
Cuando él ya se alistaba para irse, ella le preguntó en un susurro apasionado:
"¿Cuándo? ¿Hoy? ¿Dónde?" Y le tendió las dos manos a la boca como si quisiera atrapar la respuesta con ellas.
"Hoy no será conveniente", dijo después de pensarlo un minuto. "Mañana, tal vez."
Y se separaron. Antes de la cena Sofía Lvovna fue al convento a ver a Olga, pero le dijeron que Olga estaba leyendo el salterio en algún lugar del cementerio. Desde el convento fue a ver a su padre y encontró que él también estaba afuera. Tomó otro trineo y viajó sin rumbo por las calles hasta bien tarde. Por alguna razón recordaba a su tía y la veía con los ojos rojos de tanto llorar, sin poder encontrar la paz en ningún lugar.
Por la noche la llevaron a pasear de nuevo en un trineo de tres caballos a un restaurante fuera de la ciudad y a escuchar a los gitanos. Y de vuelta, pasando nuevamente por el convento, Sofía Lvovna pensó en Olga, y se sintió horrorizada ante la idea de que para las niñas y las mujeres de su clase no había mas opciones sino pasearse en trineos por la vida diciendo mentiras, o entrar en un convento para mortificar la carne... Y al día siguiente se encontró con su amante, y de nuevo Sofía Lvovna paseó por la ciudad sola en un trineo contratado pensando en su tía.
Una semana más tarde Volodia ya la había olvidado. Después la vida continuó como antes, sin interés, desgraciada, y a veces incluso dolorosa. El Coronel y Volodia pasaron horas jugando al billar y al piquete, Rita contó anécdotas de la misma manera lánguida, sin sabor, y Sofía Lvovna siguió viajando a solas en trineos contratados y continuó pidiendo a su marido que la llevara a dar paseos en trineos de tres caballos.
Fue tantas veces al convento, que logró hastiar a Olga con sus quejas acerca de su miseria insoportable. Lloraba y sentía cuando lo hacía, que traía consigo al convento algo impuro, lamentable, abominable. Olga le repetía día a día, mecánicamente, como si fuese una lección aprendida de memoria, que todo esto no tenía importancia, que todo pasaría y que al final Dios la perdonaría.
FIN
Se puso de pie en el trineo, y su marido, Vladimir Nikitich, y el amigo de su infancia, Vladimir Mihalovitch, extendieron los brazos para evitar su caída. Los tres caballos galopaban a toda prisa.
"Te dije que no deberías darle brandy," Vladimir Nikitich susurró a su compañero con algo de disgusto. “¿Que clase de amigo eres?, ¡de verdad!”
El coronel sabía por experiencia que las mujeres como su esposa, Sofía Lvovna, cuando se pasaban un poco de tragos, la alegría turbulenta era seguida por una risa histérica y luego por lágrimas. Temía que al llegar a casa, en lugar de ir a la cama, tendría que pasar el tiempo administrando compresas y gotas.
“¡Anda!" -exclamó Sofía Lvovna. “¡Déjeme conducir!"
Se sentía realmente alegre y triunfante. Durante los últimos dos meses, desde que se casó, había sido torturada por la idea de que se había casado con el Coronel Yagitch por motivos mundanos y, como se dice, par dépit (por despecho); pero esa noche, en el restaurante, se había de repente convencido de que lo amaba con pasión. A pesar de sus cincuenta y cuatro años, era delgado, ágil, flexible, contaba chistes y tarareaba melodías de gitanos con tanto encanto. En realidad, los hombres mayores eran hoy mil veces más interesante que los jóvenes. Parecía como si la edad y la juventud hubiesen intercambiado piezas. El Coronel era dos años mayor que su padre, pero ¿podría haber alguna importancia en eso si, honestamente hablando, no hubiera infinitamente más vitalidad, vaya, y más frescura en él que en sí misma, a pesar de que ella sólo tenía veintitrés años?
"¡Oh cariño!" pensó. "¡Eres maravilloso!"
Se había convencido en el restaurante, también, que ni una chispa de su viejo sentimiento se mantenía. Por el amigo de su infancia, Vladimir Mihalovitch, o simplemente Volodia, de quien, tan solo el día anterior había estado loca y perdidamente enamorada, ahora no sentía otra cosa sino una completa indiferencia. Toda esa noche, él le había parecido una persona sin espíritu, torpe, carente de interés, e insignificante. En esta ocasión le repudió tanto la sangre fría con la que él evitaba habitualmente pagar en restaurantes, que casi no pudo resistir decirle: "Si eres pobre, deberías quedarte en casa ". El Coronel había pagado por todos.
Tal vez porque árboles, postes de telégrafo, y derivas de la nieve se mantenían revoloteando frente a sus ojos, todo tipo de ideas inconexas se precipitaban en su mente. Pensaba: la cuenta en el restaurante había sido ciento veinte rublos, y cien rublos habían ido a los gitanos, y mañana ella podría despilfarrar mil rublos si le antojase; y hace sólo dos meses, antes de su boda, ella no había tenido tres tristes rublos para ella, y tenía que pedir a su padre por cualquier nimiedad. ¡Que cambio el de su vida!
Sus pensamientos estaban en una maraña. Recordó que cuando era una niña de diez años, el Coronel Yagitch, quien ahora era su marido, le había declarado amor a su tía, y cómo todos en su casa decían que ésta había sido arruinada por él. Recordó también que una vez su tía había, de hecho lo hacía a menudo, venido a cenar con los ojos rojos de tanto llorar. Se acordó que su tía estaba siempre marchándose a cualquier lado y que la gente solía decir que la pobre no podía encontrar paz en ningún lugar. El Coronel había sido muy guapo en aquellos días, y tenía una extraordinaria reputación de donjuán. Tanto es así que era conocido por toda la ciudad, y se decía de él que cumplía con una ronda de visitas a sus amantes todos los días, como si fuese un doctor visitando a sus pacientes. Incluso ahora, a pesar de sus canas, sus arrugas, y sus gafas, su cara delgada era atractiva, sobre todo de perfil.
El padre de Sofía Lvovna era un médico del ejército, y había a la vez servido en el mismo regimiento con el Coronel Yagitch. El padre de Volodia era un médico del ejército también, y él también había servido una vez en el mismo regimiento que su padre y el Coronel Yagitch. A pesar de las muchas aventuras amorosas, a menudo muy complicadas e inquietantes, a Volodia le había ido espléndido en los estudios, y poseía ya un muy buen título universitario. Ahora estaba especializado en literatura extranjera, y se decía que estaba escribiendo una tesis. Vivía con su padre, el doctor del ejército, en los cuarteles, y a pesar de haber cumplido ya los treinta años, no poseía nada de su propiedad. Cuando niños, Sofía y él habían vivido bajo el mismo techo, aunque en diferentes pisos. A menudo él venía a jugar con ella, y juntos asistían a bailes y clases de francés. Pero cuando éste creció y se convirtió en un joven agraciado, muy guapo, y ella comenzó a sentirse tímida en su presencia, y luego cayó locamente enamorada de él. Lo amó hasta el momento en que se casó con Yagitch. Él también había sido reconocido por su éxito con las mujeres casi desde la edad de los catorce años. Las mujeres que engañaban a sus maridos con Volodia, se excusaban diciendo que él no era más que un niño. Ultimamente se contaba una historia de él que cuando era un estudiante que vivía en una pensión cerca de la universidad, si uno llamaba a su puerta, siempre se oían sus pasos, y luego una disculpa susurrada: "Perdón , je ne suis pas Setul ". Yagitch estaba encantado con él, y lo bendecía como a un digno sucesor. De la misma manera que Derzhavin bendijo a Pushkin, Yagitch parecía ser aficionado a él. Solían jugar al billar o al piquete a cada rato, juntos y sin pronunciar una palabra. Si Yagitch llevaba a cabo cualquier expedición siempre llevaba a Volodia con él. Yagitch era la única persona a quien Volodia había confiado los misterios de su tesis. En días anteriores, cuando Yagitch era algo más joven, habían estado a menudo en la posición de rivales, pero nunca habían tenido celos el uno del otro. En el círculo en el que se movían, Yagitch era apodado Volodia el grande, y su amigo Volodia el pequeño.
Aparte de los dos Volodia, y Sofía Lvovna, una cuarta persona viajaba en el trineo. Era una prima de la señora Yagitch, Margarita Alexándrovna, a quien todo el mundo llamaba Rita. Una chica muy pálida de más de treinta años, de cejas negras, que usaba quevedos, quien acostumbraba a fumar hasta en la mas desagradables de la heladas, y quien siempre tenía las rodillas y la parte delantera de la blusa cubierta con ceniza de cigarrillo. Hablaba a través de su nariz, arrastrando cada palabra. Era de temperamento frío, podría beber cualquier cantidad de vino y licor sin emborracharse, y acostumbraba a contar anécdotas escandalosas de una manera lánguida y sin sabor. En casa, se pasaba el día, o bien leyendo revistas voluminosas, a las que cubría de ceniza de cigarrillo, o bien comiendo manzanas congeladas.
“Sofia, déjate de pendejadas," dijó, arrastrando las palabras. "Verdad que es bien tonto lo que haces.”
A medida que se acercaban a la ciudad, se movían más lentamente, comenzando a sobrepasar personas y casas. Sofía Lvovna se calmó, se acurrucó a su marido, y se entregó a sus pensamientos. Volodia el pequeño se sentó al frente de ella. En esos momentos, los pensamientos alegres y despreocupados de ella se mezclaban con los melancólicos. Pensaba que el hombre sentado al frente sabía que ella lo amaba, y sin duda que creía en el rumor de que ella se había casado con el Coronel par dépit. Ella nunca le había contado de su amor; ella no había querido que lo supiera, y había hecho todo lo posible para ocultar sus sentimientos, pero él de seguro, podía haber deducido todo con tan solo verla a la cara- y esto la hacía sufrir en su orgullo. Pero lo que era más humillante en su posición era que, desde su boda, Volodia había comenzado repentinamente a prestarle atención, cosa que nunca había hecho antes, cuando pasaba horas con ella, sentado en silencio o charlando sobre nimiedades; e incluso ahora en el trineo, aunque no hablaba con ella, le había tocado la pierna con la suya y le había presionado la mano un poco. Evidentemente, eso era todo lo que quería, que ella estuviese casada; y era evidente que la despreciaba y que ella sólo causaba en él un interés de tipo especial, como si ella fuese una mujer inmoral y de mala reputación. Finalmente, cuando la sensación de triunfo y amor por su marido, se mezclaron en su alma con la humillación y el orgullo herido, su ser fue acometido por un espíritu de desafío, y sintió el deseo repentino de sentarse en la caja, para gritar y silbar a los caballos.
Exactamente al momento que pasaron por el convento, la enorme campana de cien toneladas sonó. Rita se santiguó.
"Nuestra Olga está en ese convento," dijo Sofía Lvovna, y ella, también, se santiguó y se estremeció.
"¿Por qué fue que se metió al convento?" preguntó el Coronel.
"Par dépit," Rita respondió con enfado, con evidente alusión a Yagitch casamiento con Sofía. "Par dépit es la moda hoy en día, es el desafío de todo el mundo. Ella siempre estaba riendo, era una coqueta desesperada. No añoraba otra cosa sino bailes y muchachos, y de repente dejó todo... ¡Para sorpresa de todo el mundo!”
"Eso no es cierto", dijo Volodia, bajando el cuello de su abrigo de piel y mostrando su hermoso rostro. "No fue un caso de par dépit; fue simplemente horrible, si lo prefieres. Su hermano Dmitri fue enviado a trabajos forzados y ella no sabe adónde está ahora. Y para colmo su madre murió de pena…" y diciendo esto se subió el cuello del abrigo nuevamente.
"Olga hizo bien", agregó con voz apagada. "Vivir como una niña adoptada, y con un modelo como el de Sofía Lvovna,… ¡hay que tener en cuenta esto también!"
Sofía Lvovna escuchó un tono de desprecio en su voz y deseó contestarle algo grosero, pero prefirió callar. El espíritu de desafío se apoderó de ella nuevamente; se levantó de nuevo y gritó con voz llorosa:
“¡Quiero ir al servicio de la madrugada! ¡Conductor, de vuelta por favor! Quiero ver a Olga."
Se devolvieron. La campana del convento dejaba escapar una nota grave, y a Sofía Lvovna le pareció que había algo en ella que le recordaba a Olga y su vida. Las otras campanas de la iglesia comenzaron a sonar también. Cuando el conductor detuvo a los caballos, Sofía Lvovna saltó fuera del trineo y sin dejarse escoltar, se dirigió con rapidez hacia la puerta.
“¡Date prisa, por favor!" le gritó su marido. "Ya es tarde.”
Entró por el portón oscuro, luego se dirigió por el camino que conducía hacia la puerta principal de la iglesia. La nieve crujía bajo sus pies, el sonido de las campanas se sentía justo encima de su cabeza, como si vibrara a través de todo su ser. Aquí estaba la puerta de la iglesia, a continuación, tres pasos hacia abajo, y una antesala con los iconos de los santos en ambos lados, una fragancia a enebro e incienso, otra puerta, y una figura sombría la saluda haciendo una venia bien baja, le abre la puerta y la hace entrar. El servicio todavía no había comenzado. Una monja caminaba por el iconastasio encendiendo las velas de los candelabros altos, otra estaba encendiendo la lámpara de araña. Aquí y allá, por las columnas y las capillas laterales, se veían negras figuras inmóviles. "Supongo que deben permanecer de pie como lo están ahora hasta la mañana", pensó Sofía Lvovna. Todo le pareció lóbrego, triste y frío, mas triste que un cementerio. Miró con sentimiento de tristeza a la todavía inmóviles figuras y de repente sintió una punzada en el corazón. Por alguna razón, a pesar de que cuando ésta entró al convento, lucía mas gruesa y más alta, en una monja baja, con los hombros delgados y un pañuelo negro en la cabeza, le pareció ver la figura de Olga. Dudando y extremadamente agitada, Sofía Lvovna se acercó a la monja, la miró a la cara y la reconoció, era Olga.
“¡Olga!" —gritó, alzando las manos, no podía hablar de la emoción. “¡Olga!"
La monja la reconoció de inmediato; levantó las cejas con sorpresa, su pálido rostro, recién lavado, y hasta el turbante blanco que llevaba debajo de la toca, se iluminaron de placer.
“¡Milagro de Dios!" dijo, alzando sus finas manos pálidas.
Sofía Lvovna la abrazó y la besó con gusto, y al hacerlo sintió miedo de que con esta acción pudiese sentirle el olor de los espíritus.
"Estábamos pasando por aquí y me acordé de ti," dijo ella, respirando con dificultad, como si hubiera estado corriendo. "¡Dios mío! ¡Qué pálida estás!... Estoy muy contenta de verte. Bueno, cuéntame ¿cómo estás? ¿Estás aburrida?"
Sofía Lvovna miró a las otras monjas, y continuó en voz baja:
"Ha habido muchos cambios en casa... Sabes, estoy casada con el Coronel Yagitch. Te acuerdas de él, sin duda.... Estoy muy contenta con él."
"Bueno, gracias a Dios por eso. Y cuéntame, ¿como está tu padre?
"Él está bastante bien. Habla a menudo de ti. Deberías venir a vernos durante las vacaciones, Olga, ¿verdad?"
"Voy a ir", dijo Olga, y ella sonrió. "Voy a ir el dos de Enero."
Sofía Lvovna comenzó a llorar, no sabía por qué, pero por un minuto derramó lágrimas en silencio, luego se secó los ojos y dijo:
"Rita va estar muy triste si se va sin haberte visto. Ella está con nosotros también. Y Volodia está aquí. Están cerca de la puerta. Cuan contentos se podrían si salieras a verlos. Ven, vamos a salir; el servicio no ha comenzado todavía ''.
"Vamos," asintió Olga. Se santiguó tres veces y salió con Sofía Lvovna a la entrada.
“¿Dices que eres feliz, Sonitchka?" preguntó cuando salieron a la puerta.
"Mucho."
"Bueno, gracias a Dios por eso.”
Los dos Volodias, al ver a la monja, se bajaron del trineo y la saludaron con respeto. Ambos estaban visiblemente emocionados por su cara pálida y su vestido negro monástico, pero ambos estaban contentos de que los hubiese recordado y venido a saludarlos. Para evitar que sintiese frío, Sofía Lvovna la envolvió en una manta y puso parte de su abrigo de piel en sus hombros. Sus lágrimas le habían aliviado y purificado su corazón, y se alegró de que la ruidosa, inquieta, y más bien impura noche, se hubiese terminado de forma inesperada con tanta pureza y serenidad. Y para mantener a Olga con ella por un poco más de tiempo, sugirió:
"Vamos a la llevarla a dar una vuelta. Entra, Olga; Vamos a pasear un poco más."
Los hombres esperaban que la monja rechazara --los santos no rondan por ahí en trineos de tres caballos—; pero para su sorpresa, ella consintió y se metió en el trineo. Y mientras los caballos galopaban a la puerta de la ciudad todos permanecían en silencio, tratando de hacerla sentir cálida y confortable, cada uno de ellos en su pensamiento, comparando lo que ella había sido en el pasado con lo que era ahora. No había pasión en su inexpresivo, frío, pálido y transparente rostro; como si fuese agua y no sangre, lo que corriese por sus venas. Hace dos o tres años que ella había sido una mujer rozagante que hablaba de sus pretendientes y se reía de cualquier nimiedad.
Cerca de la puerta de la ciudad el trineo se devolvió; cuando se detuvo diez minutos más tarde cerca del convento, Olga salió del trineo. La campana sonaba ahora con mayor rapidez.
"El Señor te salve," dijo Olga haciendo una venia baja, como las monjas suelen hacerlo.
“Piensa en visitar, Olga."
"Lo haré, lo haré.”
Se fue y desapareció rápidamente a través del portón de la entrada. Unos minutos más 5arde, cuando viajaban de nuevo solos en el trineo, Sofía Lvovna se sentía muy triste. Todos estaban en silencio. Ella se sentía abatida y débil. El hecho de hacer entrar a monja al trineo y hacerla viajar en compañía de gente apenas sobria le parecía a ella ahora algo estúpido, sin tacto, casi un sacrilegio. A medida que la intoxicación se pasaba, el deseo de engañarse a sí misma también se desvanecía. Estaba claro para ella ahora que no amaba a su marido, y que nunca podría amarlo, y que todo había sido una tontería sin ningún sentido. Se había casado con él por interés, ya que, en palabras de sus amigos de escuela, él era muy rico, y ella tenía miedo de convertirse en una solterona como Rita; porque estaba además harta de su padre, el médico, y quería con esto molestar a Volodia.
Si ella hubiera podido imaginarse cuando se casó, que el sentimiento sería tan opresivo, tan terrible, tan horrible, no habría consentido el matrimonio ni por toda la riqueza del mundo. Pero ahora no había ningún remedio, tenía que hacerse a la idea de por vida.
Llegaron a casa. Sofía Lvovna se tendió en su confortable lecho, y colocándose las sabanas sobre si, recordó la iglesia oscura, el olor a incienso, las figuras cerca a las columnas, y sintió miedo ante la idea de que estas figuras permaneciesen de pie allí todo el tiempo que ella estuviese durmiendo. El servicio de la madrugada sería muy, muy largo; luego vendrían "las horas", luego la misa, luego el servicio de la mañana.
“Pero por supuesto que existe un Dios. ¡Claro que existe Dios!, y voy a tener que morir, por lo que tarde o temprano hay que pensar en mi alma, en la vida eterna, como Olga. Olga esta salvada ahora; ya ha contestado todas las preguntas por sí misma.... Pero ¿Y si no hay Dios? Entonces su vida se desperdicia. Pero ¿cómo es desperdiciada? ¿por qué se pierde? "
Y un minuto más tarde, el pensamiento le vino a la mente otra vez:
"Hay un Dios, la muerte debe venir; hay que pensar en el alma. Si Olga viera a la muerte ante ella en este momento, ella no tendría miedo. Ella esta preparada. Y lo mejor es que ella ya ha resuelto el problema de vida para ella. hay un Dios... sí.... Pero, ¿no hay otra solución excepto entrar en un monasterio? pero entrar en el monasterio significa renunciar a la vida, significa estropearlo todo... "
Sofía Lvovna comenzó a sentirse un poco asustada; escondió la cabeza debajo de la almohada.
"No debo pensar en ello", susurró. "No debo...."
Yagitch caminaba sobre la alfombra en la habitación contigua con un tintineo suave de espuelas, pensando en algo. Se le ocurrió a Sofía Lvovna que este hombre estaba cerca a ella y la quería por una única razón, su nombre, era también Vladimir. Se sentó en la cama y llamó con ternura:
"Volodia!"
"¿Qué es?" su marido respondió.
"Nada."
Se tumbó de nuevo. Oyó una campana, tal vez la misma campana del convento. Una vez más pensó en el vestíbulo y las figuras oscuras, y los pensamientos de Dios y de la muerte inevitable invadieron su mente nuevamente, se cubrió los oídos para no oír la campana. Pensó que antes de la vejez y la muerte habría una vida bien larga, y que día a día tendría que soportar estar cerca a un hombre al que no amaba, quien en ese preciso instante había entrado al dormitorio y se estaba metiendo en la cama, y tendría que reprimir en su corazón su amor sin esperanza por el otro hombre a quien pensaba, excepcional, joven y fascinante. Miró a su marido y trató de darle las buenas noches a él, pero en lugar de esto, de repente se echó a llorar. Estaba molesta con ella misma.
“Bueno, ¡Gracias por la música!" dijo Yagitch.
No se calmó sino hasta las diez en punto de la mañana. Dejó de llorar y temblar por todo el cuerpo, pero comenzó a tener un fuerte dolor de cabeza. Yagitch estaba apurado para ir a la misa de la mañana, y en la habitación contigua se quejaba a su asistente, que estaba ayudando a vestirle. En una ocasión, con un tintineo suave de las espuelas, entró al dormitorio a buscar algo, y luego en una segunda ocasión, usando sus charreteras, y sus insignias militares en el pecho, con la cojera propia de aquel que sufre de reumatismo. Le pareció a Sofía Lvovna que se veía y se movía como un ave de rapiña.
Oyó Yagitch marcando el teléfono.
“Sería tan amable de comunicarme con el cuartel Vassilevsky", dijo; y un minuto después: “¿cuarteles Vassilevsky? Por favor podría pedirle al doctor Salimovitch que venga al teléfono..." Y un minuto más tarde: "Con quién hablo ¿Eres tú, Volodia? ¡Encantado! Pregunta a tu padre si puede venir a visitarnos ahora, querido muchacho, mi mujer esta bastante delicada después de lo de ayer. No, en la casa, ¿Si?… ¡Uh!… Gracias. Muy bien. Yo estaré muy agradecido... Merci. "
Yagitch entró en el dormitorio por tercera vez, se inclinó a su esposa, hizo la señal de la cruz sobre ella, le dio la mano para que ella la besara (las mujeres que habían estado enamoradas de él solían besarle la mano y él se había habituado a ello), y diciendo que volvería para la cena, se marchó.
A las doce la criada entró para anunciar que Vladimir Mihalovitch había llegado. Sofía Lvovna, tambaleándose por la fatiga y el dolor de cabeza, a toda prisa se puso una bata nueva, muy hermosa, color lila, adornada con piel. Luego a toda prisa se hizo el peinado de moda. Era consciente de una inefable ternura en su corazón, temblaba de alegría, con miedo a que él pudiese arrepentirse e irse. No quería otra cosa sino mirarlo.
Volodia llegó en vestido adecuado para la visita, frac y corbata blanca. Cuando Sofía Lvovna entró a la sala, él besó su mano y expresó su pena por encontrarla enferma. Luego, cuando se habían sentado, expresó su admiración por la bata en la que ella venía vestida.
“Quede perturbada al ver a Olga ayer", dijo. "Al principio me sentí terrible, pero ahora la envidio. Ella es como una roca que no puede ser destrozada. No hay nada que le pueda hacer daño. Pero Volodia, ¿tu crees que no había otra solución para ella? ¿Es enterrarse en vida la única solución al problema de la vida? ¡Porque eso, es la muerte, no la vida! "
En el pensamiento de Olga, la cara de Volodia se enmudeció.
“Mira Volodia, tu eres un hombre inteligente," dijo Sofía Lvovna. "Muéstrame cómo hacer lo que Olga ha hecho. Por supuesto, yo no soy creyente y no debería entrar en un convento, pero se puede hacer algo equivalente. La vida no es fácil para mí", agregó después de una breve pausa. "Dime qué hacer.... Dime algo que yo pueda creer. Dime algo, así sea una sólo una palabra."
“¿Una palabra¿ por supuesto: Tararaboomdeeay."
"Volodia, ¿por qué me desprecias?" preguntó Sofia con vehemencia. "Me hablas de una manera especialmente necia, si me disculpa, no como uno habla con los amigos o con mujeres que uno respeta. Eres tan bueno en tu trabajo, un amante de la ciencia. ¿Por qué nunca me hablas de ella? ¿Por qué es? ¿Crees que no soy lo suficientemente inteligente para hablar de esto? "
Volodia frunció el ceño con disgusto y dijo:
"¿Por qué quieres hablar de ciencia, tan de repente? ¿No quieres quizá mejor hablar gobierno constitucional o del esturión y el rábano picante?"
"Muy bien, soy una mujer sin valor, trivial, tonta, sin convicciones. Tengo una pila, una pila de defectos. Soy neurótica, corrupta, y debería ser repudiada por ello. Pero, tu Volodia, eres diez años mayor que yo, y mi marido es treinta años mayor. He crecido ante tus ojos, y si quisieras, podrías haber hecho de mi un angel si se te antojase. ¡Pero tu! " —su voz temblaba—, "me tratas terriblemente. Yagitch se ha casado conmigo en su vejez, y tu...."
"Vamos, vamos", dijo Volodia, sentándose más cerca de ella y besando sus dos manos. “vamos a filosofar a la Schopenhauer y a demostrar lo que quieras, mientras te beso estas pequeñas manos."
"Me desprecias, y si supieras el mal que me haces," dijo ella con incertidumbre, sabiendo de antemano que él no le creería. “¡Si supieras cuanto quiero cambiar, para comenzar una nueva vida! ¡Pienso en eso con entusiasmo!" y las lágrimas de entusiasmo en realidad vinieron a sus ojos. "Para ser buena, honesta, pura, sin mentira, para tener un objeto en la vida.”
“¡Ven, ven, ven, por favor no llores! ¡No me gusta!" dijo Volodia, y una expresión de mal humor llegó a su rostro. "A fe, que podrías estar en el escenario. Comportemonos como el común de la gente."
Para evitar que él se enojara y se fuera, ella comenzó a defenderse, y se obligó a sonreír para complacerlo; y de nuevo empezó a hablar de Olga, y de cómo ella deseaba resolver el problema de su vida y convertirse en algo real.
"Ta-ra-ra-boomdee-ay", tarareó Volodia. "Ta-ra-ra-bum-dee-ay!"
Él, sin pensarlo dos veces puso su brazo alrededor de la cintura de ella, mientras que ella, sin saber lo que hacía, puso sus manos sobre los hombros de él y por un minuto miró con éxtasis, casi intoxicación, a su inteligente, irónico rostro, su frente, su ojos, su atractiva barba.
“Sabes que siempre te he amado", le confesó, y sonrojó dolorosamente, sintiendo que sus labios temblaban de vergüenza. “Yo te amo. ¿Por qué tu me torturas?"
Ella cerró los ojos y lo besó apasionadamente en los labios, y durante un largo rato, un minuto completo, no pudo separaras labios de los de él, aunque sabía que era indecoroso, que él podría estar pensando lo peor de ella, que un sirviente podría llegar y sorprenderlos.
"Oh, cómo me torturas!" repitió.
Media hora más tarde, habiendo él conseguido todo lo que quería, tomaba el almuerzo en el comedor. Ella estaba de rodillas delante de él, mirándolo con avidez a la cara, y él le dijo que parecía un perrito esperando que se le lanzara un poco de jamón. Luego la sentó en sus rodilla, y moviéndola hacia arriba y hacia abajo como si fuera un niño, le tarareaba:
"Tara-raboom-dee-ay.... Tara-raboom-dee-ay".
Cuando él ya se alistaba para irse, ella le preguntó en un susurro apasionado:
"¿Cuándo? ¿Hoy? ¿Dónde?" Y le tendió las dos manos a la boca como si quisiera atrapar la respuesta con ellas.
"Hoy no será conveniente", dijo después de pensarlo un minuto. "Mañana, tal vez."
Y se separaron. Antes de la cena Sofía Lvovna fue al convento a ver a Olga, pero le dijeron que Olga estaba leyendo el salterio en algún lugar del cementerio. Desde el convento fue a ver a su padre y encontró que él también estaba afuera. Tomó otro trineo y viajó sin rumbo por las calles hasta bien tarde. Por alguna razón recordaba a su tía y la veía con los ojos rojos de tanto llorar, sin poder encontrar la paz en ningún lugar.
Por la noche la llevaron a pasear de nuevo en un trineo de tres caballos a un restaurante fuera de la ciudad y a escuchar a los gitanos. Y de vuelta, pasando nuevamente por el convento, Sofía Lvovna pensó en Olga, y se sintió horrorizada ante la idea de que para las niñas y las mujeres de su clase no había mas opciones sino pasearse en trineos por la vida diciendo mentiras, o entrar en un convento para mortificar la carne... Y al día siguiente se encontró con su amante, y de nuevo Sofía Lvovna paseó por la ciudad sola en un trineo contratado pensando en su tía.
Una semana más tarde Volodia ya la había olvidado. Después la vida continuó como antes, sin interés, desgraciada, y a veces incluso dolorosa. El Coronel y Volodia pasaron horas jugando al billar y al piquete, Rita contó anécdotas de la misma manera lánguida, sin sabor, y Sofía Lvovna siguió viajando a solas en trineos contratados y continuó pidiendo a su marido que la llevara a dar paseos en trineos de tres caballos.
Fue tantas veces al convento, que logró hastiar a Olga con sus quejas acerca de su miseria insoportable. Lloraba y sentía cuando lo hacía, que traía consigo al convento algo impuro, lamentable, abominable. Olga le repetía día a día, mecánicamente, como si fuese una lección aprendida de memoria, que todo esto no tenía importancia, que todo pasaría y que al final Dios la perdonaría.
FIN
Traducido del ruso por Adrian Minas