Hoy como en cualquier otro domingo estoy encargado de cuidar la casa. De no ser por usted que ha venido a visitarme o por este libro que Belisario ha dejado tirado en el suelo, me hubiese quedado atendiendo la tenería sin hacer más nada que contemplar con ojos de santo el ineluctable fracaso de mi perra vida. El patrón está en misa con Josefina su mujer, con Pepe y ese interminable tumulto que hoy los acompañaba y yo como para todos soy un retardado, como en cualquiera de mis domingos me he quedado solo con Pacha. Bueno, en otra ocasión hubiésemos aprovechado para acariciarnos y yo pegar mis cachetes a su pecho y ella besaría mi costado y nuestros cuerpos sin reposar rozarían frenéticos, pero Pacha hoy no está para jugar. Hoy precisamente hoy que es un día tan raro, es que el último Domingo fue apenas hace tres días y yo nunca había sentido dos Domingos tan cercanos. Durante estos dos últimos días las cosas me han parecido bien extrañas. Antier, por ejemplo, casi que me volvía loco con tanta gritería y tanto llanto, y ese montón de gente que nos acompañó desde tan temprano, y yo no sabía dónde meterme para no sentir la hediondez del café revuelto con la retreta de ron blanco, la pecueca de los zapatos, y con el olor a hormigas que salía de la caja negra grande que estaba sobre la mesa que era lo que más me martirizaba. Hoy como cualquier otro domingo, Josefina se vistió de negro y don Miguel se vistió de blanco, pero esta vez se fueron más tristes, más acompañados y además se llevaron la caja negra y por supuesto se llevaron a Pepe que es a quien creen letrado y es al que siempre se llevan. Como si yo no supiera que a él también se le sobrecarga la parótida y se le desparrama la baba. Aunque hoy, Pepe, a diferencia de otros Domingos, clavó su mirada al suelo, dejó sus pasos de niño rico que siempre le acompañan y con tristeza en los ojos, se fue disgustado. Es que con él se llevaron la caja negra y a él también le tiene esa fobia a los formícidos y el olor lo confundía y lo tenía malhumorado. La confusión nos empezó antier que vimos llegar a tanta gente y pensamos que se nos venía para encima una fiesta grande y que la otalgia iba a aparecer y que se extendería con el acordeón y la guacharaca. Pero no, esta vez no hubo música y la gente no parecía contenta y por un momento pensamos que nos íbamos a librar del tormento y vea usted que a ratos creíamos que así era, pero luego alguna mujer sin advertirnos pegaba un grito seco y nos alarmaba y después del grito aparecía otro de la misma mujer y después de las otras, hasta que la tenería se llenaba de un ruido que nos apretujaba y hacía que la sangre nos oscilara rauda entre las orejas y el corazón y entre el corazón y la orejas. La pobre Pacha que estaba tan mal no sabía adonde meterse, porque la cocina, adonde pensaba iba a sentirse segura y planeaba colocar su cama, permanecía invadida por el tinto y los invitados; y hasta el mismo Pepe, tan creído como es, se unió a mí para armar escándalo. Ya llevábamos dos días así, ellos llorando y nosotros berrinchando. Bueno, insisto, me tocó otra vez y como en cualquier otro Domingo, quedarme solo. Es que, a mí ni por milagro me van a permitir acercarme a la iglesia. Ellos, si quieren compañía, de inmediato buscan a Pepe. Y como no van a buscarlo si él es quien trabaja de escolta. Aunque yo sé que el escolta hasta la entrada, después de ahí no puede pasar, de eso estoy seguro, si es que él de la Iglesia no sabe nada. Cuando le pregunto sobre las manos del Cristo, me doy cuenta que él de Cristo nada. Cuando le pregunto sobre los candelabros, el de candelabros nada. Cuando le pregunto por la imagen, él de virgen, de barbón o de niño en brazos nada. En fin, cada vez que le pregunto cómo son las cosas ahí adentro, se escamosea, mira de reojo al cielo como si la respuesta estuviese escondida en la láctea y devuelve una retreta de incoherencias, y banalidades que no dicen nada. No me creas tan pendejo, ni que yo fuese el rey Lear, con acierto criticado por Tolstoy, ¿y él? ¡si claro!, no me digas, el Alyosha, el Alexei Fyodorovich Karamazov, el santo de los santos, el que entra y reentra a la casa de Dios. Ni que yo fuese un idiota. Es que aquel día que se atrevió a enfrentarme y que con el tartamudeo de una browning me trató de explicar lo que había visto dentro la iglesia me di cuenta de su ignorancia. Yo puedo hablar porque yo si he estado ahí. Es que si a mí no me llevan a misa no es por qué yo no sea creyente, sino por lo horrible que fueron las experiencias que tuvimos las dos únicas veces que visité la casa del señor cura. Esas dos únicas veces que entré lo hice como cualquier persona decente por una de las dos entradas principales y ocurrieron el mismo día. Fue el día que todos creían que a Pepe le había atacado el zica, aunque yo desde mis muy adentro estaba tan convencido que los parvovirus se le habían subido a la cabeza, que pensé se iba a morir, y lo único que se me ocurría era mantenerme bien lejos de él. Así que cuando Juanita empezó a quejarse que porque no la iban a dejar salir, que ¿por qué Pepe no la podía acompañar?, que ¿por qué no iba a poder salir sola; y todos empezaron a explicarle, que le podrían robar el celular, que podían faltarle el respeto, que no sé qué, que no sé cuándo; yo aproveché para insistirle al patrón, que me permitiese acompañarla, y fíjense que para sorpresa mía el berrinche fue exitoso, el patrón me escuchó y le ordenó a Belisario que fuese de mí de quien Juanita se debía acompañar. Y bueno por fin ésta me sacó a pasear y disque por coincidencia pasó por la iglesia y aprovechó para irse a confesar y vea usted que sus pecados debían ser bien grandes porque el cura dejó sin terminar lo que estaba haciendo y sin tomar las precauciones necesarias, a toda prisa la invitó a entrar a lo que yo creía era el confesionario pero que después me enteré era la casa cural. Bueno y ellos demorándose tanto, y mientras tanto yo parado al frente de la iglesia pensando en las huevas del gallo, aburrido y sin poder hacer nada, ¿es figurativo o abstracto?, ¿es esto o aquello?, ¿es acción o reacción?, y que la negación de la negación, y que como están de interesante la lucha de los contrarios, y he que aquí está el tránsito de los cambios cuantitativos a los cualitativos, y me tropiezo de inmediato con el azar y la necesidad, y se me vino a la memoria Jacques Monod, y el desorden y la jugada, y de repente me salgo del trance que me había mantenido ausente y no sé de donde, o de cuando se me ocurrió la desafortunada idea de preguntarme, ¿porqué entra uno a la iglesia? ¡Porque está la puerta abierta!, me contesté, y viendo que al frente mío habían, no una, sino dos puertas abiertas, sin pensarlo dos veces me introduje en la de la derecha para así poder husmearle sus entrañas, y viendo la nave, el pasillo y las bancas adelantes no pude evitar acordarme de Rayuela y empecé a saltar de capítulo en capitulo y de una banca al piso del piso a otra banca y a veces de banca en banca y tanto era mi excitación que pronto llegué a una mesa grande que olía a corozo maduro, a la que me subí sin ninguna dificultad; con tan mala suerte que tumbé una imitación del cáliz que había el cura dejado por el apuro, y éste hizo un estropicio doloroso que hasta el cura con lo sordo que son todos aquí oyó, y salió como alma que lleva el diablo trastabillando y arreglándose los pantalones entró a la nave por una de las puertas laterales tirando piedruchas y gritando porquerías. Yo por supuesto salí por la otra puerta frontal que era la que sentía más cercana y mire si yo no pienso demasiado, que fue entonces que fui consciente que para mí hubiese sido imposible atravesar las tres puertas de la iglesia y quedar en su exterior si antes no tuviese que repasar por lo menos una de ellas y me sentí como si hubiese rebobinado el tiempo y estuviese circulando los siete puentes en Konigsberg, y rogué aparecer en los pies de Oliveira y moverme por los puentes en las dos islitas en el Sena en el centro de París, pero desgracia de Dios, esta iglesia de la Notre-Dame no tiene nada, pues que más podía hacer sino entrar de nuevo por la puerta que ya había utilizado, y claro me las arreglé para salir por la misma puerta por donde entró el cura, que era la única que me faltaba, pero el cura no me dejaba pensar más y me perseguía para darme de patadas, y de no ser porque Juanita también salía en esos momentos de la casa cural, sudada, impregnada a Varechina, con ojos chorreados por la alarma, y que yo pude esconderme detrás de su falda ancha, el cura me hubiese azotado de lo lindo. Sí, porque a mí sí me azotan. No, a Pepe no lo azotan nunca. Él, que sí lo merece, por embaucador, por marrullero. Me viene a decir que lo sientan en las bancas y que él va a la iglesia por diversión. Como si no fuese claro que ese es su trabajo. O es que me va a decir que él no tiene obligaciones. Como si yo no supiera que aquí en la tenería de Don Miguel no se aceptan holgazanes y que todos tenemos que trabajar. Trabaja Belisario que es todo un bacán, que se sienta por largos ratos y que se esconde en el callejón a fabricarse primero y luego a fumarse esos cigarrillos arrugados que lo dejan con los ojos llenos de ramitas verdes y reventándose de la risa y uno podría pensar que no hace nada; trabaja su esposa, Juanita que cuando, no está jodiendo con su gritería, está cocinando, puliendo el piso o fregando la ropa. Trabaja don Miguel desde la mecedora, sobándose la pipa, pero pendiente de todo, tomando las decisiones y ordenando cada cosa que aquí en la tenería se hace. Trabaja Doña Josefina recordándole a Don Miguel a donde dejo las llaves y diciéndole a Juanita lo que tiene que hacer. Trabajan ese montón de tiempos parciales, que mientras pulen, sacuden, pelan pintan el cuero se la pasan contando chistes, hablando de aquel y describiendo el cosmos inmediato. Y entre ellos el que más trabaja es Francisco Rabelais, que se empapa de sudor untando a mano el preparador de base, mejor dicho, el cebador, o mejor dicho, la base de resinas híbridas con la que él quiere facilitar la adhesión del teñido que aplicará Belisario que es el que a la larga le proporciona ese tono tan delicioso que tanto nos gusta. Mire, es que hasta trabajo yo, que no debería porque a pesar que me ven leer sobre dialéctica Hegeliana o analítica Wittgensteiniana, creen que no soy entendido de cosas raras y a veces me dan coscorrones en la cabeza o de patadas por el fundillo. El que menos trabaja es Sisario, el hijo menor de Don Miguel; pero incluso él que casi nunca está en la tenería, tiene responsabilidades de enfermero con la Pacha. A propósito, a él no lo veo desde el día en que sonaron los disparos. Ese día, como cosa rara, se quedó en casa porque el padre Juanito se antojó que él debería atender sus obligaciones de partero a esa hora, y lo citó para encontrarse con el y explicarle cómo examinar la pipa de la Pacha. Y claro como Sisario nos quiere tanto, vino a encontrarse con el cura y cuando ya estaban conversando y Sisario le sobaba la cabeza y se daba cuenta que lo que decía el padre Juanito no tenía nada de coherente y que el cura sabía menos de hembras embarazadas que lo que él sabía de estrellas de neutrones y nebulosas planetarias, y para disimular su ignorancia, ponía su oído sobre el vientre de la Pacha, que ya parecía el mismísimo Hindenburg a punto de estallar, llegó el policía a buscarlo para que lo acompañara a resolver algo importante en la comisaría y se lo llevó y el cura quedó con esa sonrisita pendeja de aquel que sabía lo que iba a pasar. Al rato sonaron los disparos y luego se nos vino un aguacero que nos hizo pensar a todos que se cumplían las profecías y el mundo se acababa y todos salieron corriendo como locos y desde entonces a pesar de que la casa se llenó de gente Sisario no ha regresado y con excepción mía que sigo aquí parado, todos han dejado de trabajar. Hoy por ejemplo aquí estoy cuidando la casa y ayer y antier estuve sentado junto a la colgadera esperando a que aparecieran los gallinazos. Ayer al mediodía mientras comíamos, comenzaron a revolotear y a picotear y a amenazar que se nos venían encima y ahí estuve yo como todo un valiente espantándolos con gritos y reclamos. A doña Josefina no le gusto el alboroto porque le espantó el desespero que ya tenía y el jaleo no le permitió desangrarse de llanto como ella quería. Pero dígame, que otra cosa puedo hacer yo sino cumplir con lo que la naturaleza y Don Miguel me tienen encargado. A la larga, el mismísimo Don Miguel, que es el que más manda, se acercó a mí y con los ojos más empapados que los del mismísimo Belisario, me acarició la frente y mandó a que recogieran el cuero que habían dejado secando en la colgadera. Él fue el primero que salió hoy, mientras yo me trataba de explicar cómo pudo esquivar a tanta gente para salir de la casa. Es que parecía que la ciudad entera había sido invitada y yo ya me empezaba a dar explicaciones sobre los espacios de Bulgakov, y del Maestro y de Margarita, cuando de repente fui testigo de cómo los rejitaba la casa por la puerta del patio, en una procesión larguísima que luego se escapaba hacia la calle por el portón. Los primeros llevaban la caja negra mientras que Belisario que cerraba el pelotón los bañaba con su llanto. Cuando paso a mi lado se detuvo para hablarme, me miró con ojos empapados y me pidió que no esperara más a Sisario, que cuidara yo a Pacha y que estuviese pendiente de mis hijitos que están por nacer. Fue en ese momento que me di cuenta que ya Belisario lo sabía. Sí, no cabe duda que aquí está de nuevo la boca sucia del cura, que no puede evitar meterse en lo que no le interesa. En la noche de la concepción, Belisario no estaba en casa porque había salido por una semana a visitar a su mamá que estaba enferma en Pueblo Nuevo; ya era de noche y todos dormían, el cura entró por el portón que Juanita había dejado abierto, ni la Pacha ni Pepe ni yo armamos escándalo porque ya conocemos el olor a olivas podridas que el desafortunado tiene. El cura entró al cuarto adonde Belisario y Juanita duermen y adonde en ese momento se encontraba solo Juanita. "Juanito vino a confesar a Juanita de nuevo. De seguro que la tiene convencida con eso de la coincidencia de los dos nombres"; pensaba yo, que ya no le tengo nada de respeto al cura, cuando el bueno de Pepe, que para las cosas físicas si es inteligente, aprovechó para abrir la reja de la jaula adonde los tenían encerrado y decirme a mí, que sin darme cuenta me había puesto tan caliente, "Hey Bareta, ve, cógela, y hazla gozar, para para ver si se le quita el calor que tiene y todos aquí me dejan tranquilo." Y yo por supuesto ni corto ni perezoso, con ese papayaso, yo que estaba tan deseoso, tan cachondo, no pude evitarlo. Cuando el cura salió en la madrugada, yo todavía estaba pegado a mí Pacha y si no hubiese sido por su mirada fría, sus mudas amenazas, el balde de agua de la alberca que me arrojó, y el miedo que le tengo, yo todavía estuviese adherido a ese vientre cálido, dejando todo lo queda de mí en él. Yo que todavía creía en el secreto de confesión o en la posibilidad de que el cura quisiera ocultar sus visitas nocturnas pensé que de esto no se iba a saber nada. Pero ya ve usted que lo de mis hijos no es un secreto tan grande. Vea usted que a pesar que todos trataron de evitarlo, que cuando supieron que la Pacha estaba cerca de entrar en calor, doña Josefa y don Miguel se pusieron de acuerdo para ponerme, al comienzo vidrio molido y luego coumatetralyl, en la comida, y poner fin, sin arrepentimientos ni reparos a lo que ha sido hasta ahora mi noble existencia, yo hice de mis tripas un corazón y con ello pude recuperarme y con la delicadeza de un caballero deposité mis semillas en Pacha. Haber hablado conmigo no hubiese servido de nada, en eso estoy de acuerdo con ellos; yo estaba muy caliente como para ser detenido con unas palabras. Sí hubiese sido suficiente un solo disparo para atravesar mi cráneo duro, pero no se atrevieron. Burundanga, si hubiesen leído a Huxley, hubiese bastado para dejarme adormitado por un buen tiempo y nada hubiese pasado, pero ellos ni Un Mundo Feliz han leído. Racumin, ¡por favor!, ¿tengo acaso yo algo de rata? Sí, ya algunos saben que los hijos de la Pacha son míos, pero qué culpa tengo yo sí la Pacha se acaloró cuando todavía teníamos luna nueva y Pepe pensó que eso era suficiente para asegurar que todo quedaría en la sombra y que él, el voyeur, el mirón más trastornado de todos, sería el único testigo. ¿Ya que puedo hacer? Si es que cuando los vean nacer y observen que por su piel parda se decantan líneas negras, que son nobles y leales, que no tienen malicia; que el amor al prójimo y la generosidad, no serán otra cosa sino rasgos de rutina; cuando vean que no son tan altos como Pepe, que tienen esa mancha blanca decorándole el pecho, que, como diría Quevedo, no son perros a un hocico pegado y que por el contrario son de nariz elegante y recortada; entonces me miraran con furia y se vendrán otra vez contra mí y como acostumbran gritarán "perro basto malparido", y me vendrán a matar. Ignorando que yo, como cualquier otro perro, también tengo alcurnia y que lo que ven en mí y verán en mis hijos son combinaciones de insignias heredadas, noventa y nueve puntos nueve por ciento carga genética compartida garantizada, con los otrora queridos y ahora legendarios: el imbatible galgo español, el indomable licaón africano, y el siempre venerado, aunque ya desaparecido, sin nombre vulgar canis gezi. Y usted verá y la humanidad y todos los perros de este mundo serán testigos que el problema será sólo mío y al ignorante del Pepe no le dirán nada, porque él como Pacha es pastor alemán y a ellos si le tienen paciencia... Esta noche cuando mis hijos nazcan, un halo de colores circundará la luna llena y una sola pequeñita nube negra se colgará de los cielos.
FIN
FIN